Retrato
Tengo una amiga que vive en una casita blanca con techo azul y un tapanco, con la única compañía de un gato desgreñado y tuerto que ella empezó a alimentar cuando llegó a vivir ahí. El bicho ronda diario por su casa, considerándose adoptado como mascota de la mujer que se compadeció de él, lo bañó y lo bautizó con el nombre de Pelusa.
Es un barrio popular, de esos donde los vecinos se saludan en la calle, todos conocen al plomero de la esquina, saben el nombre del tendero y del carnicero y van a pié por el mandado, a la farmacia o a comprar las tortillas.
Mi amiga, sale temprano a la panadería a comprar bolillos para los molletes que les dará a sus nietas, a quienes cuida todas las mañanas. Les organiza juegos, las pone a cocinar con ella y a hacer jardinería. El espacio verde alrededor de la casa, es un paraíso de plantas, flores y tres
Es una abuela fuerte, fuerza que ha crecido cortando ramas o tallos secos, podando plantas para que se renueven, arrancando yerba mala y excavando la tierra para sembrar semillas que con sus cuidados, pronto germinan, crecen y dan flores.
Algo parecido hace con sus nietas: siembra ideas, y riega la tierra fértil de su mente con experiencias y emociones para que las semillas florezcan y den frutos… como el limonero y el durazno del jardín.
Fue la última hija, después de seis y la consentida de su papá, de quien aprendió a valorar el trabajo y a cuidar a las plantas y los animales. De niña tenía que pelear hasta por su lugar en la mesa y hacer oír su voz, ignorada por los mayores.
En la escuela, se hizo manifiesta una dislexia que la llevó a enfrentar burlas de algunos compañeros por sus faltas de ortografía. No sabía si intuición llevaba S o C, se le olvidaba el acento de empatía y se brincaba la C de excelencia, pero era la persona más intuitiva y empática, cualidades que la convirtieron en una excelente psicoterapeuta, a la que nunca le faltan las palabras para ayudar a la persona frente a ella a ver más claro en su interior.
En casa de la abuela jardinera, cada rincón está aprovechado estratégicamente para
El sillón donde estoy sentada está cubierto con un tapiz de lana que invita a tumbarse cómodamente. Eso hago mientras veo a mi amiga moverse con destreza en la cocina, dando los últimos toques a la comida, sirviendo una botana y los tequilas, mientras platicamos sobre los enredos y desenredos de la vida…