CON UN GUÍA INESPERADO...
Francia, abril 2018
Si alguien me hubiera dicho que viajaría en auto por el valle de La Loire,
al lado de un desconocido de 85 años que maneja a gran velocidad, con quien me
entiendo casi a señas, no lo hubiera creído. Y sin embargo ahí estaba, con Germain, que no habla otro idioma más que el francés, mientras yo tardo media hora en armar una frase en la lengua de mis antepasados y cuando por fin la digo, sin ningún dominio de la
fonética, no me entiende una palabra...
Germain, viudo desde hace
tres años, se prepara solo sus comidas, evita utilizar el micro ondas, tiene una tablet
que ya no recuerda ni cómo se prende y hasta ahora, está estrenando la cámara
de su celular que le enseñé a usar. Es un hombre sencillo, que en cada rincón de su casa conserva un recuerdo de la esposa difunta: flores ya
descoloridas, muñecas vestidas con encajes, una vitrina con adornos empolvados y un viejo reloj que suena cada media hora.
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Chenonceau |
En nuestras excursiones por lo
castillos de La Loira, recorriendo carreteras que
serpentean entre campos verdes, de pronto
nos encontramos perdidos en la dirección contraria a nuestro destino, gracias a un GPS de la era cavernícola.
Cuando nos paró un policía
por exceso de velocidad, tuve la impresión de que aquello bien podía ser un sueño, que me iba a despertar en mi cama, en el departamento donde vivo en la ciudad
de México. Muchas cosas tienen que suceder antes, infinidad de hilos que se cruzan, para que lleguemos a vivir ciertos momentos y experiencias extraordinarios.
El día de mi partida, dejé a mi amigo Germain
parado en el andén de la estación en Tours, cuando el tren
arrancaba y él, despistado como anda por la vida, volteaba hacia
otra parte, por lo que ya no me vio decirle adiós con la mano…
Au revoir, mon cher Germain...