Las abuelas de la clase de francés
Francia mayo 2018
El promedio de edad del grupo es de 20 años, sin contarnos a las abuelas, una compañera de Australia y yo, que somos, por supuesto, las más aplicadas, porque la memoria nos falta, pero las ganas nos sobran y con la ventaja de que a estas alturas de la vida, no tenemos reparo en preguntar, opinar y hablar aunque sea a tropezones… Es cuestión de valorar las canas, aunque eso sí, hay que seguir pintándolas…
![]() |
Instituto Alpha B en Niza |
Tres horas diarias de clase, muy placenteras, porque además, al frente de la clase la maestra no para un minuto: escribe en el pizarrón, lanza una pregunta, hace señas o hace una pantomima completa, con mucho entusiasmo y muuucha paciencia, porque ¡ah qué idioma tan difícil!
Estudiar francés es como aprender a bailar danzón, sin pisar rayita y mientras cantas en
un tono más alto que el tuyo. O sea, te exprimes las neuronas menopáusicas para recordar las palabras y la conjugación del verbo, armas por fin una frase y cuando la dices.., ¡voila! te falla la fonética –que es la más caprichosa del planeta‒ y te miran con expresión compasiva mientras preguntan what can I do for you?
LAS AMIGAS
Así es cómo de pronto vuelves a tener amigas de la escuela, como en los tiempos estudiantiles, para hacer juntas la tarea y comer helados a la salida.
Julia, es una joven sueca de 20
años, que vive con sus papás en un pequeño poblado cerca de Estocolmo. Canta en un coro de música religiosa y tiene una sonrisa que irradia dulzura. Nos llama sus “golden
ladies”.
Yo, como parte de este singular
trío, soy una mexicana que dejó familia, trabajo y amistades por tres meses, en la escapada
más grande de su vida, para hacer el heroico intento de aprender francés, viajar por Francia y conocer la tierra de sus antepasados, un pequeño pueblo en la región de Barcelonnette, sumergido en un paisaje de ensueño en los Alpes…
Tres historias, tres vidas muy
distintas, entrelazadas más allá de las diferencias por nuestra condición de
viajeras solitarias…