¡Aunque caigas de sentón!
No es lo mismo caerse a los 3 años –como mi nieto que se cae tres veces al día– que caerse a los 20, y menos, si te caes a los 60 y tantos; entonces, lo único que quieres es levantarte de inmediato y poner cara de que no pasó nada…

Ante eso, solo queda reír, agradecer los aplausos y salir del escenario, echando a andar con el mayor decoro posible.
Así, crudamente, con el pié hinchado y amoratado, te das cuenta que quizá es hora de ser un poco cauteloso, que ir rebasando a "los viejitos que bajan muy lentos las escaleras", no es recomendable, cuando tú también, ya tienes tus añitos y puedes pasar a ser "la señora que se cayó de culo".

En algún punto, surge el tema de la dignidad que adquiere peso sobretodo, si nuestros padres sufren un deterioro físico avanzado y empiezan a perder la autosuficiencia, dependiendo de alguien más, a veces, hasta para ir al baño. Ese es el fantasma de peor cara: llegar a convertirse en una carga para otros y sentir que se pone en riesgo la dignidad más elemental.
El envejecimiento no solo les ocurre a los demás.
Por más obvio que esto sea, cuántas veces al ver a amigos de la juventud hemos pensado qué acabado se ve fulano, o qué traqueteada está sutana, y, pobres ilusos, ni se nos ocurre que muy probablemente ellos están pensando lo mismo sobre nosotros. Como yo, ya ven, presumiendo de agilidad junto a los "viejitos".... siquiera no me rompí un hueso.