SOLA Y SIN ITINERARIO
"Me voy a Francia", les anuncié a mis hijos y de inmediato cuatro pares de ojos me miraron sorprendidos. ¿Qué? ¿Cuándo? ¿Con quién?... "Sola, por tres meses"... ¿SOLAAAAA? No se me olvida su expresión de es broma, o de mi mamá se volvió loca...
Debo decir que yo misma estaba sorprendida por mi determinación de hacer el viaje que soñaba desde hacía mucho y que me parecía irrealizable, hasta que me di cuenta de que era cuestión de decidirme a llevarlo a cabo y que si no lo hacía YA, entonces sí sería irrealizable, porque no estaba volviéndome más joven.
LOS PREPARATIVOS
Lo primero, fue elegir el destino. Quería ir a la Costa Azul, pero faltaba escoger la ciudad, así que exploré en internet muchas posibilidades y en un mes ya tenía boleto de avión a París y de ahí a Niza, donde iba a rentar una recámara con baño en un céntrico departamento habitado por su propietaria.
Mis planes incluían estudiar francés que no hablaba nada y conocer todos los lugares que pudiera, empezando por la Riviera Francesa, e incluyendo Barcelonnette, la tierra de mis antepasados que me llamaba desde hacía tiempo. Compré un Eurail pass para moverme en tren y acordé con mi arrendadora que ella me daría clases de francés, a cambio de clases de inglés que yo domino perfectamente.

- Mamá cuida tu pasaporte
- No lleves mucho efectivo
- Abusada con tu teléfono
- Usa google maps, etc.
Me daba ternura y me reía (sin imaginar que después iba a llorar porque me robaron el celular a una semana de mi llegada).
- ¿Cómo que todos los lugares que puedas conocer?, me decían... ¡Tienes que hacer un itinerario! (Nunca lo hice y no lo necesité).
¿Por qué sola?, me preguntaban ellos y mucha gente a quien el plan le parecía temerario. A mí misma me daba miedo que en caso de cualquier contratiempo, no tendría ni a quien voltear para que me aconsejara o apoyara, y yo de por si indecisa y con tendencia a pedir opiniones, no me iba a ser nada fácil, pero precisamente ese reto era parte de la aventura.
Ser un viajero anónimo entre desconocidos, te da la oportunidad o te obliga a reinventarte y descubrir aspectos y recursos nuevos que en tu zona de confort de la vida cotidiana no se manifiestan.
En un viaje, te enfrentas a lo desconocido e incierto, ningún día es igual al anterior, empiezas a vivir más en el presente y a poner más atención a todo. Un atardecer, una sonrisa, platicar con un extraño, o simplemente caminar, se vuelven experiencias intensas y gozosas. Y además, mientras más canas, mayor capacidad de apreciar esos instantes...
Así fue mi experiencia a lo largo de 90 días de andanzas, las cuales serán tema de los siguientes relatos. Ya iba a llegar la hora de hacer las maletas...