¿Ir, o no ir?
Desde la ventana de mi cuarto de hotel cerca del aeropuerto veía el resplandor de las luces de París que parecía tan cerca y tan lejos.
Solo tenía esa noche antes de volar de madrugada a Niza y había dos
opciones, quedarme a descansar o echarme el largo recorrido de 35 kilómetros hasta la ciudad…
EL DESAFÍO
Eran las 8 pm acababa de llegar de México y no me veía incursionando sola de noche por las calles parisinas, aunque fuera
la "ciudad luz", me inclinaba más bien a quedarme en el hotel, guardada y tranquila. Sin embargo, era el primer reto de viajar sola y quería enfrentarlo
Ir significada tomar el shuttle al aeropuerto, el tren y luego el metro... ¿Y si me pierdo?, pensaba. Pero, ¡estoy en París! ¿Cómo quedarme encerrada a ver la tele y dormirme a buena hora? Después me iba a arrepentir y como me dijo Javier mi hijo, era
el inicio de la aventura, tenía que ser simbólico. “Imagínate caminando por
Champs Élysées” me escribió por whatsapp. Sí, podía imaginarme, pero más bien me veía perdida en el metro tratando de regresar al hotel…
LA DECISIÓN
Por fin, a medias convencida y más bien por orgullo y no verme como una cobarde, decidí ir. Me las arreglé para llegar hasta la zona de Châtelet y lo primero que vi al salir del metro, fueron las imponentes torres de Notre Dame. En ese instante supe que valía todo estar ahí y eché a andar guiándome por ellas, hasta el puente para cruzar el Sena.
¿Cómo describir la sensación de estar parada frente
a Nuestra Señora de París, con su fachada resplandeciente dibujada en la negrura del cielo? Me parecía asombroso, casi irreal estar ahí, a miles de kilómetros de casa, como cualquier turista anónima, paseando sola en París a altas horas de la noche... Había solo algunos puñados de turistas rezagados deambulando en el gran atrio encharcado por la lluvia que se había convertido en una tímida llovizna intermitente.
CIERRE CON BROCHE DE ORO

Caminé a lo largo del río fascinada por la vista de los puentes iluminados y los destellos en el agua, hasta que mi oído me llevo a un pequeño restaurante donde una banda de rockeros trasnochados tocaba música setentera.

Caminé a lo largo del río fascinada por la vista de los puentes iluminados y los destellos en el agua, hasta que mi oído me llevo a un pequeño restaurante donde una banda de rockeros trasnochados tocaba música setentera.
¿Qué más podía haber pedido? Fue un cierre digno de mi velada parisina: la música, una copa de vino y platicar con un
chico tejano quien después de vivir dos años en Tailandia, iba de regreso a su
casa… El al final de su aventura y yo al inicio de la mía…
Regresé al hotel feliz y satisfecha para dormir menos de tres horas y continuar el viaje hacia mi destino final: Niza.
Regresé al hotel feliz y satisfecha para dormir menos de tres horas y continuar el viaje hacia mi destino final: Niza.