jueves, 8 de noviembre de 2018

DOBLE GOLPE: CUANDO LOS PADRES ENVEJECEN

Y ¡PARA ALLÁ VAMOS!


Así como para tener un hijo nadie te prepara y emprendes la aventura de ser padre o madre sin mayor conocimiento, ni siquiera una advertencia sobre algo de lo que te espera, –al contrario, generalmente lleno de ilusiones porque al fin vas a hacer realidad tu sueño desde que jugabas a la casita,– tampoco nos preparamos para enfrentar la tercera etapa de la vida. 


Y de pronto, ¡zas! tienes una credencial que te etiqueta como adulto mayor, todo mundo te dice señora y casi invariablemente eres la persona  de más edad  en donde sea que te encuentres: la oficina, el super mercado, el banco o una fiesta, ya no digamos si tomas cualquier curso o vuelves a estudiar en una escuela, por supuesto serás la mayor de la clase, incluyendo al profesor

  

Bueno, pues por más obvio que parezca, por más que haya yo soplado las 60 velitas de mi pastel de cumpleaños, no la vi venir, o no quise ver, punto, así de fácil.


¿Será que hasta que nuestros padres envejecen, encaramos por primera vez al paso implacable del tiempo? ¿Por primera vez nos vemos en el espejo de un posible futuro que nos muestra una imagen que quizá no esperábamos?

Y además de encarar el hecho de que nosotros mismos estamos en el último tercio de vida, –con más o con menos achaques correspondientes a la edad y quizá con alguna enfermedad– el golpe es doble porque al mismo tiempo  dejamos de ser hijos para convertirnos en cuidadores de nuestros padres...


Entonces empiezan a surgir fuertes sentimientos encontrados que te parten el corazón. 

  • La ternura infinita de ver el andar cansado e inseguro de nuestra mamá, su esfuerzo para levantarse y realizar las tareas más sencillas con sus manos torpes y su rostro angustiado porque todo se le olvida y ya no puede hacer nada ella sola.
  • La impotencia y la frustración ante las despiadadas limitaciones físicas y mentales que la aquejan.
  • El dolor cuando está ausente, cuando la flama de la lucidez ya no brilla como antes, se vuelve intermitente y parece extinguirse poco a poco...


Ante esta situación injusta, indigna, cruel, o como queramos llamarla, no hay manera de prepararse, te toma desprevenido y te sacude hasta lo hondo de la consciencia.

No hay mucho tiempo para asimilar el golpe, que nos cuestiona el propio sentido de vida, y así, sin más calificativos, hay que cambiar la mirada, buscarle sentido al contrasentido, elegir una actitud...  

Y después de todo confirmar que solo hay una respuesta, acompañar y dar todo el amor de que seamos capaces, eso es todo y eso hace la diferencia.



Algunos estarán pensando "mi mamá de 90 años está en excelente condición, se vale por si misma y disfruta muchas cosas".  

Enhorabuena hay muchos casos como ése, yo misma tengo una tía que a sus 95 años sigue cantando y bailando la vida. 





Sin embargo, con mi mamá es otra historia, que ya contaré.  

Mientras espero sus comentarios, críticas o sugerencias que serán muy apreciadas y de antemano, les agradezco.











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